viernes, 14 de octubre de 2016

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lunes, 1 de agosto de 2016

Trabajando, Sí se puede

El libro en progreso de Don Abel Lachapelle
Abel Lachapelle
Dedicatoria

A la familia, a todos los que creen en la importancia de la familia para una vida digna. A todos los que buscan el progreso y la prosperidad. A los que creen en la República Dominicana y trabajan por desarrollar su vida comercial, profesional y lo hacen sin salir del país.

Introducción

La experiencia que estamos a punto de vivir a través de las páginas de este libro, es una experiencia que a muchos les parecerá impresionante porque constituye una ruptura de lo normal. Y la compartimos con la esperanza de que lo normal vuelva a romperse una y otra vez muchas veces a través del tiempo, por los siglos de los siglos.

Lo normal es que un niño que nace sin grandes riquezas económicas en una familia normal, en una comunidad humilde de la República Dominicana, lleve una vida similar a la vida de las mayorías de su entorno.

Es decir, lo normal es que los pobres sigan pobres a menos que hereden una fortuna, se saquen la lotería o den un golpe de surte.

Pero esta historia no tiene nada de eso. El niño de esta historia jugaba a ser dueño de un colmado, usaba un huacal de refrescos, cervecita tipo malta para ser más específico, colocado de forma horizontal u lo llenaba con piedras para simular la tramería del colmado imaginario, sus clientes, otros niños con los que jugaba, le pagaban con piedra y se llevaban por mercancía otra piedra.

Si este niño se llegara a convertir en dueño de un colmado, e incluso de un almacén, esto sería un niño que progresa, dentro de lo más o menos aceptable.

Pero ver que ese niño, sin sacarse la lotería, sin dar un golpe de suerte, sin ser pelotero de grandes ligas, sin heredar una fortuna, haya sido capaz de desarrollar un imperio económico de la envergadura de lo que son hoy día la cadena de tiendas de L&R comercial, y ser capaz de sostener este imperio a través del tiempo, es indudablemente una historia impresionante que rompe lo normal y lleva a un mundo de posibilidades que vale la pena examinar.

La historia es muy entretenida, pero no está hecha para entretener, sino para aprender.

Son las memorias de don Abel Lachapelle, presidente y fundador de L&R Comercial.

El autor del libro es su propio protagonistas con la colaboración de dos asistente cuyo trabajo se limita a cuidar como una especie de editores la parte formal del libro.

El título del libro surgió en la primera reunión de trabajo, justamente cuando las primeras revelaciones aparecen en forma de muy sabios relatos que dejan una clara e indiscutible aseveración: Trabajando, si se puede.

Pues resulta que el niño Abel fue testigo de una hazaña que lo marcó. Su propio padre levantó un pequeño imperio a fuerza de trabajo y ahorro. Y también sus tíos repitieron la hazaña. “Ver un hombre que se compra una marrana, la marrana pare y se multiplica y luego con la venta de varios marranos se compra una becerra y la cuida hasta convertirla en un ganado de reses y compra tierras y forma una formidable propiedad rural en base a trabajo y ahorro, eso es una demostración de que trabajando sí se puede.”

La historia es tan extraordinaria que no requiere que se le agregue una sola coma. Por eso trabajamos muy ceñidos a la verdad de los hechos.

Para un periodista es relativamente fácil compartir una historia así. Los periodistas suelen usar dos técnicas distintas a la hora de escribir un relato: La técnica del relato cronológico, que consiste en contar los eventos de un caso en el mismo orden en que ocurren a través del tiempo, y la otra técnica es la que se conoce como la Pirámides Invertida, que consiste en empezar con lo más importante primero y luego pasar a los detalles de menor relevancia. En este caso usaremos una técnica mixta que combina las posibilidades, conjuntamente con la técnica de la entrevista para la compilación de los datos.

Por eso desde el primer capítulo examinamos los momentos estelares que van surgiendo en medio de un relato más o menos cronometrado. Luego veremos esos conceptos que forman parte, ya no del niño, sino del hombre en que se convirtió ese niño, como por ejemplo que “la familia es lo más importante en la vida, y que quien no tiene familia no tiene nada”. O conceptos como el que “si los chinos y otros extranjeros vienen al país descalzos y se hacen ricos trabajando, no se necesita irse al extranjero para progresar”.

Así pues que les invito a todos a pasar al primer capitulo de este libro, donde veremos como funcionaron una secuencia de hechos, los cuales, al parecer, tuvieron una gran importancia hacia el resultado final que todos conocemos.

Bajo el titulo de Tremendo Ejemplo, permitamos que el niño nos cuenta acerca del comienzo de su vida y los primeros años de su juventud.

Agradecimiento


Pepyn Corripio, por el voto de confianza que desató un proceso indetenible de crecimiento. A Luís Miguel, locutor dominicano que se acercó a lo que en aquel momento fue una empresa muy pequeña y con sus servicios publicitarios se convirtió en parte del grupo de colaboradores que condujeron a su crecimiento.

1 tremendo ejemplo

Siendo un niño muy pequeño, Abel recuerda que se ganó como 30 centavos con la venta de tres yaguas.

Casi no se explica la manera en que logró conseguir esas yaguas y moverlas hasta el lugar donde el cliente las recibió y entregó el pago, pero si recuerda que con ese dinero hizo muchas cosas. Compro cocaleca y disfrutó en grande.

Las yaguas son parte de la penca de la Palma Real y se utilizaban para techar viviendas, en esa época en zonas rurales como la comunidad de Piedra Blanca de Bonao donde nació y vivió sus primeros años.

La Palma Real son muy altas, pero las pencas caen espontáneamente y al caer traen con sigo las yaguas.

Lo que da más brega es quitar la yagua a la penca.

Se utiliza un cuchillo muy filoso para poder cortarla.

Algunas yaguas pesan bastante.

En esa época el trabajo de los niños era localizar las yaguas que habían caído solas desde las alturas de la palma real y moverlas hacia donde la persona interesada.

Dicho de otra manera, ese arbol tan singular que conocemos como La Palma Real, abundaba por todas partes. Por los caminos, en las fincas y en lugares públicos.

Las pencas caían por todas partes y no tenían dueño. Por lo menos oficialmente.

El caso es que las pencas sí tenían valor.

Eran muy útiles para ser usadas en el techado de las viviendas.

No todo el mundo tenía suficiente dinero como para techar sus casas con planchas de zinc, pero comprar yaguas a 10 centavos a los niños o a cualquiera que las consiguiera era mucho más fácil. El pequeño niño se dio cuenta de esto sin que nadie se lo explicara.

Para entonces ya sabía el valor del dinero. Por eso buscó la manera de aprovechar esas yaguas que habían caído y moverlas para obtener ese pago que tanto disfruto.

Pero en Piedra Blanca habían muchas otras actividades comerciales para ganar dinero. Los niños recogían café y cacao ratoneros. Son frutos esparcidos por el suelo cuando las ratas comen la pulpa del café y del cacao. El grano limpio de pulpa cae al suelo y nadie los aprovecha, sino los niños que recogen esos granos y lo acumulan, luego lo llevan a ciertos tipos de compradores que pagan muy bien por esto.

Pero el pequeño Abel también recuerda que ciertos comerciantes que entraban a Piedra Blanca y compraban kenepas o limoncillos y otros frutos que los niños podrían recoger libremente por doquier.

Quizás mucha gente no entiende lo que esto significa en la mente de un niño. Pero es esa sensación de abundancia. La pobreza no existe para los niños que se crían en un ambiente donde pueden hacer dinero legal con numerosos tipos de actividades.

Si a esto se suma la mentalidad de comerciantes que cultivaban los niños desde muy pequeños, estas primeras experiencias explican muchas cosas.

Por ejemplo Abel recuerda perfectamente, casi como si lo viviera ahora mismo, lo que en su primera infancia fue su juego favorito.

Jugaban al colmado.

Y ¿cómo lo hacían?, Abel era el dueño del colmado. El se colocaba detrás del mostrador. A su espalda habían huacales de refrescos vacíos colocados de forma horizontal con los que se formaban los tramos.

Aquello era un juego de imaginación total. Los productos en venta eran simples piedras para que viera aquello objetivamente. Pero para Abel y sus amiguitos que participaban como clientes, esas piedras eran en verdad productos muy variados. En su menta en verdad veía los productos con todo su colorido.

Cuando le pedían un producto, el escogía algo que se veía como una piedra, pero que en su menta era ese producto.

Cuando el cliente le pagaba le entregaba una piedra, pero en su mente él recibía dinero.

Pero antes de eso, Abel tenía en su joven memoria, una experiencia que aportaría a su forma de ver la vida uno de los más valiosos ejemplos a seguir. Su padre ahora tenía grandes terrenos, vacas, cerdos y otros bienes, pero la forma en que adquirió todo eso fue por el camino largo.

Abel había escuchado la historia y estaba muy orgulloso de que todo lo que tenía su padre lo había conseguido el mismo. Que con muy poco se compró su primera marrana. Que crió esa marrana y a los hijos que tuvo y que pudo comprar su primera becerra de ese modo y que formó sus primeras riquezas en base al trabajo y el ahorro.

Pero los tíos de Abel, hermanos de su padre, habían hecho lo mismo.

Todos tenían bienes y ningunos habían heredado esos bienes, sino que en base a trabajo, ahorro y perseverancia habían obtenido todo lo que tenían.

De hecho, Abel recuerda que su padre fue despojado por el gobierno de una parte de sus terrenos como parte de los planes de reforma agraria que llevaba a cabo el presidente de la República.

Esos terrenos se les entregaba a campesinos sin tierra quienes terminaban vendiendo de vuelta los terrenos a su antiguo propietario.

Entones ahora tenía una mala impresión acerca de las personas que reciben las cosas de forma gratuita.

Al llegar a la adolescencia, el padre de Abel tenía un plan para sacar la familia de el campo y llevarlos a trabajar y estudiar a la ciudad capital.

La finca y los animales estaban bien para sobrevivir, pero el tipo de progreso y desarrollo que deseaba para sus hijos no estaba en la zona rural.

Abel deseaba mucho irse a vivir a la capital.

Recuerda que su padre se aprovechaba de ese deseo y lograba que el joven Abel realizara grandes sacrificios y trabajara muy duro.

La siembra del arroz se realizaba para consumirlo el año entero, pero había que cosecharlo desgranarlo y almacenarlo en unos cajones de madera o silos que habían fabricado.

Ese año Abel proceso arroz como nunca antes, porque le habían dicho que de no hacerlo se quedaría fuera de la lista de los que serían enviados a vivir en la Capital.

Era un trabajo muy duro, se sudaba mucho, pero Abel lo hacía con gran entusiasmo por la esperanza de irse a vivir lejos del campo.

El plan diseñado por el padre de Abel comenzó con enviar a la ciudad al hermano mayor. Este se ocuparía de crear las condiciones para luego llevar a los demás hermanos.

El hermano mayor era muy inteligente, en poco tiempo se adaptó a la vida en la ciudad. Consiguió un buen empleo en la fabrica de cartón y hasta había comprado una moto de las grandes.

Cuando el salario general era de 60 pesos mensuales, este joven ganaba 130 y estaba claro en cuanto a la meta planificada por el padre de todos para llevar a vivir a la capital a todos los hijos.

Cuanto casi todo estaba listo, ocurrió la peor de las tragedias.

El hermano mayor perdió la vida en un accidente de tránsito y todos los planes se vinieron abajo.

Todos tenían el corazón roto por las dos razones. Por un lado la tristeza de perder a un hermano tan inteligente y bueno, que trabajó duramente para llevar a cabo la meta de todos y por el otro lado ver frustrados los planes cuando ya estaban a punto de materializarse.

Abel trabajo en un colmado, tal y como lo soñó cuando niño, pero la realidad de la vida incluía algo que le llenaba de disgusto, el robo constante de onzas en perjuicio de los clientes, era una práctica habitual muy molesta que todos creían imprescindible.

El colmado era más bien un almacén que el padre de Abel y uno de sus hermanos montaron y el paso de Abel por ese negocio le sirvió para descubrir que ese no era el tipo de negocio que le gustaría desarrollar.

En verdad lo mejor de todo lo que ocurrió en esta etapa de la vida del niño Abel, fue el tremendo ejemplo que recibió de parte de su padre y sus tíos. Ellos lograron acumular bienes en una humilde comunidad rural donde otros no lo lograban. Ellos fueron una demostración que generaría la convicción personal en la mente del niño que pronto se convirtió en hombre, de que Trabajando sí se puede. En el próximo capítulo veremos la forma en que transcurrieron los primeros años del Abel hecho hombre en la ciudad y cómo fue cambiando de negocio hasta que encontró el tipo de empresa que le permitiría desarrollar su imperio financiero.

En el próximo capítulo veremos el tema mi primer crédito.

2 Mi primer crédito

El el capítulo anterior vimos cómo el ejemplo de su padre y sus tíos llevaron al niño a pensar que el progreso podía lograrse en base al trabajo y el ahorro, pero en este capítulo veremos esa convicción funcionando de un modo práctico.

Abel había trabajado en un negocio de provisiones con su tío e incluso en una distribuidora de Gas Licuado de Petróleo para la cocina a domicilio.

Su actitud hacia el trabajo era muy buena. Pero lo que buscaba era el progreso y lo hacía de una forma consciente, porque eso fue lo que aprendió desde niño.

La diferencia es que sabía que podía lograrlo sin tener que irse del país y que podía lograrlo en base al trabajo.

Lo de irse del país era una especie de observación personal que comparte con sus amigos y relacionados. Observó a extranjeros que llegaban desde lugares remotos como China por ejemplo, sin riqueza de ninguna especie, y al término de un tiempo y en base al trabajo lograban prosperar en este país, entonces se preguntaba, ¿si ellos progresan aquí, porque no podría lograrlo un dominicano?.

La respuesta era obvia en su mente, Sí se puede.

El tema de la familia lo trataremos en otro capítulo, pero aquí hay que mencionar que formó pareja con una mujer emprendedora a quien también le gustaban los negocios.

Cuenta Abel que la gran aspiración de su pareja era comprar una farmacia. Pero comenzó con una fantasía. Un establecimiento muy pequeño que vendía bisutería y baratijas. En esos tiempos llegaban del extranjero unas cajas de ropa usada que se adquirían por lote.

La esposa adquirió una caja de esas y comenzó a vender ropa. Cuando Abel vio que ese negocio era muy rentable, dejó lo que estaba haciendo (creo que estaba en el transporte público de pasajeros) para dedicarse al mismo.

Trabajaban el mismo negocio pero en cuentas separadas. Incluso comenzaron a viajar a los mercados que se abrían en los pueblos para participar en las ventas publicas, pero cada uno manejaba su propio proyecto.

Cuando viajaban a los pueblos con el negocio de las ropas usadas, ocurrieron dos cosas importantes, ninguno se recostaba del otro. Se iban en el carro de Abel, el ponía el combustible y ella pagaba el peaje. Y lo otro importante al regreso de cada viaje se detenían en el banco a depositar cada uno 50 pesos en sus respectivas cuentas de ahorros.

Con el dinero ahorrado pudieron aprovechar una oferta que apareció para lograr el sueño de la compra de la farmacia. Y por alguna extraña razón Abel ya no quería vender más ropa, sino que se estableció en un local muy pequeño y comenzó a vender planchas, abanicos y otros artículos para el hogar.

En esa época había un negocio muy famoso que se llama: “Ni robao que fuera” donde la gente compraba electrodomésticos y artículos para el hogar, porque la gente tenía la idea de que allí vendían muy barato.

Abel exploró y observó ese establecimiento y descubrió que los precios eran muy similares a los de su propio negocio.

Así que comenzó a crear la fama de que en su negocio los precios eran muy bajos, e incluso, en el municipio de Herrera, la gente solía viajar a la Avenida Duarte a comprar, Abel desarrolló una compaña bajo el título de: “Pa la Duarte a qué”, asegurando al público que en la Duarte los precios no eran mejores que en la pequeña tienda de Abel.

La gente viajaba a la Duarte a explorar pero finalmente compraban en la tienda de Abel, que estaba más cerca. Esa campaña de ¿Pa la Duarte a qué? Fue realmente muy exitosa.

El local era pequeño y estaba muy vació. Algunos criticaban a Abel por la poca cantidad de mercancía que tenía. Pero Abel sabía que estaba en la ruta correcta.

Abel comenzó a negociar con pequeños fabricantes de muebles y también conseguía neveras usadas que traían del japón. Su primera compra de esta neveras fue de seis unidades que consiguió con una importadora mayorista que se conocía con el nombre de Tokio Motors.

Peor no tenía crédito. Se rascaba con sus propias uñas y era muy difícil negociar así.

Uno de sus suplidores era don Pepin Corripio, uno de los más grandes comerciantes de la República Dominicana.

Abel compraba las estufas de mesa y otros electrodomésticos a este mayorista.

Recuerda que en una ocasión hizo un pedido de estufas de mesa y por error le llevaron estufas de horno.

La diferencia en precios era astronómica.

Pero Abel ni por la mente le pasó aprovecharse del error de los Corripio y llamó de inmediato para reportar lo acontecido.

El propio Pepín intervino en el asunto, y reaccionó admirado por la honestidad de su cliente y hasta le ofreció crédito.

Habían tres escala de crédito, la más alta era de un millón de pesos, y esa fue la que aprobaron en Distribuidora Corripio para la pequeña tienda de Abel. Un millón de pesos a crédito y un plazo de cuatro meses para pagar.

La tienda dio un salto enorme.

Ahora tenía más artículo y mejores precios. E inclusive comenzó a dar facilidades a sus propios clientes.

El compromiso millonario nunca lo asustó. Tenía la convicción de que no había forma de que ese dinero desapareciera, ya que no tenía vicios. Por eso siempre decía: “si no me lo he vivido ni lo he mujeriado, entonces el dinero siempre estará ahí, ya sea en mercancía, en dinero o en cuentas por cobrar”.

Las relaciones con el suplidor siempre fueron de bien a mejor.

Pero hubo un momento cuando Abel sí se dió un gran susto. Y fue cuando se quedó sin un solo centavo e invirtió todo en un gran proyecto, lo cual será el tema del siguiente capítulo.

3 El primer susto

Abel era ya un empresario próspero y gozaba de muybuena reputación ente sus suplidores.

4 CHAPTER NAME


  

miércoles, 10 de febrero de 2016

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